La última epidemia de cólera sufrida en Bilbao se diferenció de las anteriores por atacar sobre todo a personas muy debilitadas sin causar incremento de la tasa de mortalidad general, por lo que el casticismo bilbaíno le endosó algunos nombres despectivos como “Cólera ostras”, “Cólera embolao” o “Cólera vergonzante”.
Bilbao había quedado libre de contagio durante las invasiones coléricas de 1865 y 1885 lo que había propiciado una falsa seguridad pensando que se había eliminado el riesgo de cólera; pero la realidad era otra muy distinta. La ciudad recibía una media de 2.000 inmigrantes al año, que se alojaban hacinados en condiciones infrahumanas. Las casas carecían de retretes, el saneamiento de los barrios altos era pésimo o inexistente; el suministro de agua de manantial era insuficiente; además, se había instalado la nueva toma de agua del río en la isla de San Cristóbal con mucho mayor riego de contaminación. Algunos médicos lo llamaron abastecimiento de “tifus a domicilio” o “muerte a domicilio”.
En julio hubo dos casos de cólera en Deusto; un mes después se inició un brote circunscrito al barrio baracaldés de Zaballa y a mediados de septiembre comenzaron a aparecer nuevos casos en Bilbao. A lo largo de dos meses causó la muerte a más de dos centenares de personas.
Se analizaron diariamente las aguas y se suprimió el grifo de agua del río en las fuentes pública, dejando sólo el de agua potable, el alcalde, Gregorio de la Revilla, movilizó para ello a todos los hojalateros de la Villa. Se instalaron lejiadoras en los lavaderos públicos y se prohibió lavar ropa en el río. También se tomaron medidas de higiene mortuoria y se reforzó el personal del Servicio de Desinfecciones.
El Ayuntamiento organizó siete puestos médicos de guardia atendidos por 34 médicos y abrió un hospital para coléricos formado por dos pabellones de madera junto al hospital de Solokoetxe; tenía 72 camas y contaba con un médico director, Adolfo Gil, un capellán, un practicante, tres hermanas de la caridad, tres enfermeros y dos mozos para desinfecciones. Comenzó a recibir enfermos el día 13 de septiembre y quedó aislado con todo el personal encerrado, pues no se permitió salir ni entrar a ninguna persona hasta el 4 de noviembre.
El aislamiento también se aplicaba a todas las personas que vivían en domicilios con enfermos, incluso a cuidadores y monjas. No podían salir del domicilio hasta pasados siete días después del alta o fallecimiento. La alimentación de los incomunicados, corría a cargo de la beneficencia domiciliaria. Un fumigador permanecía constantemente en la puerta de la habitación y no permitía la entrada ni la salida de persona alguna. Se trataba de la medida más conflictiva, la población la rechazaba y fue la causa fundamental de la demora en solicitar auxilio médico y de la infradeclaración de casos. También fue contestada esta medida por los propios médicos, quienes negaban su eficacia.
John Snow había demostrado que el contagio del cólera era debido a la contaminación del agua y Robert Koch había descubierto el bacilo del cólera en 1883. La ciencia consideraba que conociendo el germen causante y la forma de transmisión de la enfermedad por medio del agua, era factible erradicarla actuando sobre las redes de agua y saneamiento. En los lugares donde se aplicaron con rigor estos criterios no se produjeron casos de cólera, pero en otros muchos, se entremezclaron con prácticas de fumigación de viajeros y mercancías, cuarentenas, aislamiento, etc. que no tenían más que efectos negativos. La decidida actuación del Dr. Areilza en la zona minera, por ejemplo, evitó el contagio. En Bilbao fueron destacables las medidas tomadas por los médicos de los asilos, la Cárcel y el Hospital. También en las escuelas, que permanecieron abiertas con un control estricto dirigido por el Médico Inspector de Escuelas y dónde solamente sufrió contagio unos de los tres mil alumnos.
El número de personas afectadas por la enfermedad según la prensa local fue de 471, de las que fallecieron 220. Según el Registro Civil, hubo en Bilbao 218 personas fallecidas por cólera. Este número asciende a 253 si se suman todos los casos de fallecimiento ocurridos en Bilbao con diagnósticos de cólera o enterocolitis.
El diario “El Nervión” negó la existencia de esta enfermedad en la Villa, acusando a las autoridades de causar la ruina de Bilbao porque al ser declarada ciudad sucia se le cerraron todas las comunicaciones con la Península cortando toda actividad comercial; argüía este diario que el número de difuntos no era superior al de otros años durante las mismas fechas.
Antonio Villanueva Edo y Juan Gondra Rezola