La fiebre tifoidea es una enfermedad infectocontagiosa producida por una bacteria, la Salmonella typhi, Fue una constante pesadilla para los galenos de la Villa hasta hace pocos años.
Durante muchos años la Medicina no supo distinguir las diferencias entre distintos tipos de fiebres. En 1829, el médico francés Charles Louis identificó los síntomas que diferenciaban la tifoidea de otras fiebres y en 1873 W. Budd descubrió la vía de contagio. Desde entonces sabemos que la transmisión de esta enfermedad se produce exclusivamente de una persona, bien sea enfermo o bien portador sano, a otra; generalmente por contaminación fecal de las aguas; bien por ingestión de vegetales crudos regados con ellas, por fruta lavada, o bien por ingestión de la propia agua contaminada. Las ostras y los moluscos que se ingieren crudos son también una vía de transmisión de esta enfermedad.
Ignoramos cuándo comenzaron a diagnosticar esta enfermedad los médicos bilbaínos. En cualquier caso, a partir de 1847 tenemos constancia de cómo eran identificados los casos que aparecían en Bilbao y cómo las autoridades locales trataban de tomar medidas correctoras. Examinaremos uno de aquellos episodios como ejemplo que representa a otros muchos similares:
Allá por el verano del año 1893, los médicos de este asilo dieron parte del fallecimiento de dos ancianos por fiebre tifoidea. El alcalde envió inmediatamente al concejal Vicente Sanz, médico, y al Inspector Provincial de Sanidad, José A. de Camiruaga. Los dos, en compañía de los médicos del asilo, realizaron una detenida visita al mismo y encontraron a diez novicias afectadas, que más adelante serían catorce. Sin embargo, sólo una de las personas asiladas sufría una leve enteritis. Sospecharon que el origen del contagio era el agua del patín que utilizaban para beber y, una vez confirmada la sospecha por el Laboratorio Municipal, ordenaron la clausura del aquel depósito. Fallecieron otras dos personas.
Este episodio nos presenta algunas de las características más importantes de aquellos brotes epidémicos:
- El elevado número de novicias afectadas, mujeres jóvenes llegadas de otras localidades que no habían bebido nunca el agua infectada, contrastaba con la escasa difusión de la enfermedad entre los ancianos asilados, acostumbrados a beberla e inmunizados por ello contra el contagio.
- El papel del agua de consumo como vehículo transmisor de la enfermedad.
- La prontitud y eficacia de la reacción de las autoridades.
- La generalización del conocimiento, tanto del diagnóstico como de las formas de contagio de esta enfermedad.
- La importancia del laboratorio como herramienta auxiliar.
En el año 1912 tuvo lugar un debate académico acerca de unos casos de fiebre tifoidea en el que participaron los mejores médicos y farmacéuticos de la Villa; y que hubiera quedado en un discreto olvido si no llega a ocurrir una intervención del Gobernador Civil y de parte de la prensa local que lo proyectó hacia la opinión pública amplificándolo sobremanera.
Un grupo de médicos bilbaínos, Areilza, Landín, Uruñuela, Unibaso y Ledo, los que gozaban de mayor prestigio e incluían en su clientela la mayor parte de las clases medias-altas, denunció que cuarenta pacientes suyos sufrían fiebre tifoidea. Alertados los servicios municipales comprobaron que no había casos similares en el resto de la población, atribuyeron este contagio a ostras y suspendieron la venta de aquellas que no hubieran pasado la inspección. Ledo llevó el asunto a la Academia de Ciencias Médicas con la intención de debatir acerca de las medidas que era necesario tomar.
A lo largo de varios meses tuvo lugar este debate, en el que se vieron posturas encontradas y todo ello hubiera quedado en el ámbito académico, pero intervino el Gobernador Civil enviando una orden al alcalde que reproducía todo lo expresado por Ledo y ordenaba una serie de medidas. El alcalde reunió a los responsables del Laboratorio y a todo el Cuerpo Médico Municipal, quienes afirmaron que lo ordenado por el Gobernador era ridículo y que no existía ninguna epidemia generalizada, sino un brote circunscrito que ya había sido controlado. Lamentaban que la nota del Gobernador hubiera puesto sobre aviso a la prensa y que ésta hubiera publicado la noticia de tal forma que había causado gran alarma entre la población.
Al final prevaleció la razón y el último galeno en intervenir, Adrián de Unibaso, analizó las formas de presentarse en Bilbao los brotes epidémicos de fiebre tifoidea y concluyó que el ocurrido en 1911 debía de considerarse como uno más, circunscrito a las clases ricas de a Villa, y sin afectar a las clases populares. Afirmó que de los quince enfermos atendidos por él, ocho había contraído la enfermedad por haber comido ostras. Lamentó que el asunto hubiera trascendido a la prensa y la intervención de ciertas autoridades y concluyó en la línea de reformas solicitadas por Aristegui, director del Laboratorio Municipal, quien año tras año recalcaba la necesidad de reformar por completo el sistema de abastecimiento de agua.
Pero Bilbao no tuvo un suministro digno de agua potable hasta agosto de 1933, cuando el alcalde Ernesto Ercoreca abrió la llave que comunicaba el pantano de Ordunte con la red de suministro de agua a la Villa. Aún así, la fiebre tifoidea continuó siendo habitual. En el año 1937 hubo un brote que causó 300 víctimas, muchas de ellas prisioneros de guerra. En 1959 la Villa sufrió el último brote de esta enfermedad, que causó doscientos cincuenta y tres casos de enfermedad.
Juan Gondra Rezola