Uno de los primeros edificios que en Bilbao reunía las características estilísticas, arquitectónicas y de ubicación geográfica propicia para poder catalogarlo como edificación productiva, en cuanto a la implantación industrial del último tercio del siglo XVIII, sería la panadería municipal de "El Pontón" en el barrio Abusu de La Peña.

Sito en uno de los meandros de la margen derecha del río Ibaizabal-Nervión (Ría de Bilbao), en las inmediaciones de un probable molino primitivo del siglo XVI, constaba de volúmenes anexos pero exentos. Los cuales conformaban un complejo protoindustrial amplio pero escalonadamente dispuesto y constreñido en la pendiente de una leve ladera con; granero, leñera y molino municipal (derruido en la década de 1980), además de caballerizas y capilla. Presentaba una estructura tipológica neoclásica de escasa ornamentación, asimilable a las primeras usinas de la revolución industrial.

Las innovaciones de estas primogénitas construcciones no provenían únicamente de la técnica, pues en esencia se utilizaban los mismos materiales tradicionales; ladrillo, piedra y madera, sino la concepción de la forma y sus dimensiones. Se habían de conseguir los requisitos indispensables que atendiesen con rigor a los organigramas del laboreo: creación y disposición de ámbitos modulares idénticos, correcta iluminación natural, distribución de espacios que facilitase el fluir de la energía motriz y suministrase la potencia necesaria para el funcionamiento de la maquinaria (sobre todo hidráulica), así como hornos de vapor con mayor capacidad en el siglo XIX. 

La fábrica de harinas El Pontón, encargada al arquitecto Alejo de Miranda (c. 1792-1794) mostraba en plano un paralelepípedo de piedra (46 x 34 m.) y altura de 17 m. La composición edilicia se organizaba en tres y cuatro plantas entorno a un patio de, con sus 107 ventanas del perímetro en caliza gris que se abrían a las simétricas fachadas y traslucían el orden interior. Los vanos con dinteles adovelados se distribuían rítmicamente por medio de 11 ejes verticales regulares. El bloque cúbico de escala monumental con tejado a cuatro aguas, se levantó a base de muros portantes de mampostería y piedra sillar para refuerzo de esquinales y huecos. Este tipo de arquitectura denominada 'conventual', de cuartel o 'carcelaria', de funcional y tersa geometría sin apenas interrupción, venía justificada por la transformación de las materias primas, así como una concepción muy determinada de los espacios optimizados para el trabajo. Una jerarquía en base a la fuerza de la gravedad; aprovechable a la hora de instalar los sistemas e ingenios de los mecanismos fabriles.

A mediados de la década de 1990, tras diversos avatares como incendios y sucesivos cambios de uso, recalificación de terrenos y degradación de la protección como Bien de Interés Cultural, se propuso ubicar un centro escolar en la vieja molienda. Solo se mantenían los cuatro muros perimetrales e interiores parcialmente desmoronados. Carecía de cualquier cubrición aunque los cimientos y paredes de carga (con talud inferior para soportar la presión) se encontraban en estado aceptable. La rehabilitación promovida por la institución de enseñanza Cooperativa Abusu Ikastola (que alberga sus dependencias) se llevó a cabo por los arquitectos Federico Arruti Aldape y Anton Boyra Eguiluz. La memoria del proyecto fechada en julio de 1995, mencionó que la propuesta intentaba mantener la rotundidad volumétrica de origen. 

La intervención más importante constituyó el descabezamiento de la última planta con ausencia de cornisa o línea de remate horizontal, por carencia significativa de dinteles en la franja de vanos más elevada. La sustitución se produjo por otro piso mucho más permeable a la luz y amplios ventanales corridos, aunque mantiene los huecos inferiores, ritmo que se repite en la fachada Norte por necesidad lumínica y ventilación de las aulas. Se acometieron derribos interiores para la correcta acomodación y adecuación de cimientos y levantamiento topográfico. La frontera entre el cuerpo de cantería y la franja acristalada superior se solventó mediante una cornisa-imposta que servía de soporte para la limpieza y mantenimiento.

Desde la cubierta un lucernario cenital central ilumina un patio interior de tránsito, renovado pero existente anteriormente. Se reconoce estimable la coherencia formal y unitaria de la operación restauradora, de cara a la instalación de un programa educativo que se desarrolla a ambos lados del patio cubierto con accesos directos hacia las dependencias del habitáculo. Se reservaron espacios para posibles ampliaciones futuras en cumplimiento de las normativas vigentes para este tipo de equipamientos.


Isusko Vivas Ziarrusta & Amaia Lekerikabeaskoa Gaztañaga