Proyecto de expansión de los límites jurisdiccionales de Bilbao sobre las anteiglesias circundantes y de ensanche planificado, que aprobado el 30 de mayo de 1876, sirvió de base al desarrollo urbano de la Villa hasta los primeros años del siglo XX.
Tras el rechazo definitivo del primer plan Lázaro (1865), se acometió un nuevo expediente, que esta vez comenzó por la fijación de los límites a anexionar de las anteiglesias, reducida a un área de 154 hectáreas.. En 1871, el Ayuntamiento de Bilbao nombró a los ingenieros Pablo Alzola y Ernesto Hoffmeyer y al arquitecto Severino Achúcarro para que realizaran un estudio de las necesidades de la Villa y diseñaran un nuevo proyecto de Ensanche sobre esa base. Los trabajos estuvieron ultimados en 1873, pero la guerra carlista retrasó su aprobación hasta 1876.
Más pragmático que su antecesor, el proyecto de 1876 obtuvo el beneplácito de las autoridades y de los grupos con intereses en la zona de Abando, aunque fuera a costa de renunciar a las características más progresistas del plan Lázaro. Así, bien pronto sus previsiones resultaron mezquinas.
Este proyecto es clave en la historia urbanística de Vizcaya y representa la plena expresión del urbanismo decimonónico. En el plan de Alzola, Achúcarro y Hoffmeyer el respeto a las propiedades particulares previas y la economía de su realización fueron conceptos continuamente recalcados. Esto se pudo articular mediante un planteamiento urbanístico muy flexible. Quedaba excluida cualquier pretensión de establecer unos cánones estrictos en lo que se refiere a las proporciones que debían reservarse a edificación, zona ajardinada y vía pública. De esta forma, se evitaron siempre que fueron posibles los derribos, expropiaciones, alteraciones de la propiedad y los gastos del erario municipal. En cambio, se crearon las condiciones para que la iniciativa privada convirtiera la expansión de la ciudad en un nuevo negocio.
De cualquier forma, el asunto no se limitaba a una cuestión económica. La ciudad tenía una demanda creciente de vivienda que el ensanche -en teoría- podía cubrir, y existía un fuerte componente político, ya que del éxito de la iniciativa dependería la pretendida posición dominante de Bilbao en el ámbito de la Ría y de toda Vizcaya.
La trama del plan tenía esta vez muy en cuenta la conexión con el Casco Viejo. El eje vertebrador principal, la Gran Vía, arrancaba de la confluencia entre el acceso a éste (calle Navarra) y la carretera a Balmaseda (Hurtado de Amézaga) frente a la estación de ferrocarril - y concluía a 1,6 kilómetros, en San Mamés. Se trazó una calle de sólo 26 metros de ancho y en su centro se abrió una plaza elíptica donde confluían otra vía transversal y dos diagonales. Estos ejes rompían la monotonía del resto de la trama, fundamentalmente ortogonal, creando manzanas irregulares. La mayoría de las calles iban de 12 a 18 metros de anchura.
El diseño se cerraba con la alameda San Mamés, que debía dirigir el tráfico de la zona de San Francisco y la plaza Zabálburu hacia el centro del ensanche, y con la alameda Mazarredo, al oeste y paralela a la cornisa de la ría, que cumplía las funciones de cinturón de circunvalación y separación de las zonas portuarias e industriales de Abandoibarra respecto a las residenciales. Finalmente, un parque se situaba entre el final de la Gran Vía y Olabeaga, creando un espacio público verde integrado en el trazado de manzanas.
El plan de 1876 consiguió cumplir su objetivo fundamental, constituir una nueva ciudad, un espacio autónomo cerrado sobre sí mismo, separado físicamente, o incluso opuesto al de la ciudad tradicional por la ría y sus escarpes. Desde el principio se definió como un espacio urbano de calidad, reservado para las clases acomodadas. Por consiguiente, debía reflejar las nuevas condiciones de la sociedad capitalista, y expresar una imagen prestigiosa de la ciudad y sus habitantes.
José María Beascoechea