El barrio de San Adrián se localiza en la periferia sur de Bilbao, al pie de los montes Pagasarri-Ganekogorta. La conjunción de una serie de factores ha condicionado su configuración y crecimiento, como son: su localización excéntrica, su disposición en pendiente, terreno abrupto, la proximidad de las minas y unas funciones a medio camino entre lo rural y lo urbano hasta fechas no lejanas. De manera que hasta el tercer cuarto del siglo XX, no se ha configurado como barrio con cierta entidad.
La cartografía de comienzos del siglo XIX nos proporciona la imagen de un reducido caserío que se dispone junto a la Casa-Torre Urízar y a la ermita que da nombre al barrio, en el camino que asciende hacia la ermita de San Roque en dirección al monte Pagasarri. Un enclave de la anteiglesia de Abando, por tanto, montañoso, escasamente poblado y desgajado de esa orilla izquierda de la ría que conecta con el casco urbano bilbaíno. Testimonios del mismo quedan recogidos en la Historia de la Noble Villa de Bilbao de Teófilo Guiard. Dicho autor distingue como “más pomposa” la procesión a la ermita de San Roque, instituida en recuerdo de la epidemia de peste que asoló la villa en 1530. Al descender, se hacía un alto en la ermita de San Adrián, de la que no queda vestigio alguno tras su desaparición en 1970. Debió estar situada en las proximidades de la actual parroquia de Nuestra Señora de Lourdes y San Adrián.
Los recursos naturales de este entorno, madera y mineral de hierro, sirvieron para el desarrollo de la industria naval y ferrona en la ría. T. Guiard, en su obra La industria naval vizcaína, hace referencia a los usos navales que se distribuían ya desde el siglo XV en Abando, a lo largo de su orilla desde el varadero de Marzana hasta Zorrotza. La madera para el desarrollo de esta industria se obtenía de los parajes del Pagasarri y Artxanda, aunque también se recurría a la de importación, que engrosó los fletes comerciales marítimos bilbaínos.
El proceso de industrialización moderna, iniciado en el segundo tercio del siglo XIX, se vio acompañado de un fuerte crecimiento demográfico, de la configuración de la nueva ciudad tras las anexiones de Abando y Begoña y de la creación de una red de infraestructuras y equipamientos, destinada a cubrir las necesidades de una población urbana en ascenso. Comienza en aquellos años sesenta del XIX la explotación masiva de mineral en Miribilla, actividad minera que alcanza hasta Iturrigorri e irradia hacia San Adrián. Abandonada, San Luis, Malaespera, Julia son los nombres de algunas de las minas en explotación. Estas minas bilbaínas estuvieron en activo más de cien años, hasta la década de los años setenta del siglo XX. Son conocidas las “casas de la mina” de este barrio, en el entorno de la parroquia de Nuestra Señora de Lourdes y San Adrián.
El proceso de urbanización del Bilbao moderno supuso asimismo contar con nuevos servicios y equipamientos. Fue con motivo de la construcción de un nuevo cementerio, dado el mal estado y la saturación del existente en Mallona, cuando se estudió la posibilidad de su ubicación en terrenos de Torre Urizar. Se disponía de 78.429 m2 y una orientación adecuada, sin embargo, la propuesta fue desestimada por hallarse a tan sólo 600 mts. del puente de Cantalojas.
El primer proyecto para paliar el problema de la escasez de viviendas obreras se llevó a cabo en Solokoetxe, el segundo iniciaba su edificación en 1919 en Torre Urizar. Un grupo que se componía de 264 viviendas y 11 lonjas, dispuestas en bloques de cinco plantas y organizadas alrededor de tres plazas, viviendas que se sortearon en 1921.
En 1945 se aprobó el Plan General de Ordenación de la comarca de Bilbao. Dos años más tarde, comienzan a elaborarse los distintos planes parciales que han de materializar las propuestas de dicho plan. En este contexto se convoca en 1947 el concurso del Plan de urbanización de la zona de sur de Bilbao, con objeto de actuar en los barrios altos de Rekalde, Torre Urizar, Larraskitu y San Adrián. El proceso se demoró, pero finalmente en 1958 tomaban posesión de sus viviendas los primeros vecinos que conformarían el barrio de San Adrián, aún carente de urbanización. Las viviendas se adaptaron al trazado viario, unos accesos que pretendían la conexión de los barrios periféricos del sur con el centro, desde San Adrián, por la plaza de Zabálburu, hasta penetrar en el Ensanche por Alameda San Mamés y Hurtado de Amézaga.
Treinta años después el barrio superaba los 5.000 habitantes -datos del Censo de Población y Vivienda de 1991-, población prácticamente similar a la de San Francisco, Atxuri, Zabala e incluso superior a la del Casco Viejo. Tras la crisis, llega en los años noventa el Plan General de Ordenación Urbana de Bilbao, que aborda el cambio de modelo de ciudad. Dentro de las actuaciones propuestas se contempla la rehabilitación y creación de nuevos barrios residenciales, es el caso de Miribilla, con gran incidencia también sobre San Adrián por el reordenamiento que supone de este sector de la ciudad, su nueva estética e imagen.
Susana Serrano Abad